Ya me apena hablar de perdices y felices.
Nada es tan simple y tan complejo como la realidad, la realidad más allá de lo que alguna vez algún escritor trato de reproducir.
Los manuales sobre la vida, el amor, la plenitud en nuestros primeros años nos empalagan con hazañas de valentía y aventura. ¡Ojalá los abuelos hubiesen sido guiados por estos manuales!
Lo cierto es que se han guiado por las pruebas y los errores.
De sangre azul, no somos.
El corazón bombea sangre densa, cálida y rojiza que da acción, nos humaniza con los actos más irracionales e impredecibles, actos bondadosos, actos pérfidos.
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Ni príncipes, ni princesas...
no somos virtuosos, ni tampoco existe un reino que nos aclame, ni siquiera hemos nacido con un fin determinado más allá de procrear y perecer .
Lo más parecido a una corona...
es el peso que llevamos con nosotros, cada vez que pensamos en un futuro incierto.
Ni manzanas, ni brujas, ni faunos...
solo cachetadas de realidad, (y de la cruda), donde no existen soluciones mágicas y seres mitológicos que responderán a nuestros problemas.
Dormir para siempre es morir...
Esperar a alguien ¿es un un acto de libertad o una peregrinación?...
Amor verdadero...
¡Ese es el único del que podríamos fiarnos!
Lo conocen los que primero lo descubrieron con sigo mismo...
Ya podría decir que luego de escribir esta líneas, existen las perdices y las personas reales, sin hazañas valerosas, ni "codeos" con seres divinos... personas que vive en la peripecia que nos presenta lo real.
"Felices" no es el resultado final, "felices" es el espíritu y la moraleja del recorrido.